sábado, 9 de abril de 2022

Guerra y paz… ¿y verdad?

 Buenos dias

Tercera entrada del análisis de Rafael del Pino Calvo-Sotelo de obligada lectura si se desea conocer que sucede en Europa tras el desafio de la guerra económica planteada por los EEUU a Europa, Rusia incluida, usando a la Nato como vanguardia y a Ucrania como territorio en el que experimentar su nueva guerra

Es posible juzgar con ecuanimidad la guerra de Ucrania? El bombardeo mediático, unánime diario y unidireccional (como con el covid), diseñado para provocar reacciones emocionales que anulen la capacidad de raciocinio, ha provocado una extrema parcialidad de la opinión pública occidental, aunque no así en el resto del mundo

 

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

23 de marzo de 2022

Me pregunto si es posible juzgar con ecuanimidad la guerra de Ucrania. El bombardeo mediático, unánime diario y unidireccional (como con el covid), diseñado para provocar reacciones emocionales que anulen la capacidad de raciocinio, ha provocado una extrema parcialidad de la opinión pública occidental, aunque no así en el resto del mundo. “El corazón tiene razones que la razón no alcanza”, decía Pascal, y es cierto. Resulta imposible no conmoverse e indignarse al ver las sobrecogedoras imágenes que causa el horror de la guerra. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí ni reducir una realidad compleja a un simplismo maniqueo y pueril.

Sin duda, existen motivos objetivos para estar sesgados ante este conflicto. En una entrevista en Le Figaro, un general francés apuntaba acertadamente a que somos “culturalmente más sensibles al débil, a David frente a Goliat” y también “a la herencia histórica y psicológica de la amenaza soviética en tiempos de la Guerra Fría”, lo que distorsiona nuestra percepción de Rusia. El general insistía en que era difícil formarse una opinión equilibrada dada la propaganda “de ambos bandos” y parecía envidiar “la prudencia mostrada por el resto del mundo (…), que no ha apoyado a Occidente sin por ello tomar partido por Rusia[1]”.

La guerra es entre EEUU y Rusia

En efecto, si creemos (equivocadamente) que el conflicto es entre Rusia y Ucrania resulta inevitable identificar a Rusia con el matón Goliat. No obstante, sabemos que Ucrania, siendo víctima, no es actor principal, pues su gobierno es una marioneta de EEUU. Y si la guerra es entre EEUU y Rusia, ¿quién es el fuerte y quién el débil? Porque en el mundo sólo hay un Goliat menguante, que es EEUU, y un Goliat ascendente, que es China, y los demás somos todos David de mayor o menor tamaño, incluyendo Rusia (mal que le pese a Putin). Desde esta perspectiva, más ajustada a la realidad, el pobre pueblo ucraniano sería el inaceptable daño colateral inocente (no así su gobierno) de un conflicto entre EEUU y Rusia causado por la expansión hacia el Este de la OTAN forzada por EEUU, que desoyó las advertencias rusas durante 15 años y despreció las reservas mostradas por unas renuentes Francia y Alemania. Por tanto, la consigna repetida ad nauseam de que la agresión rusa no responde a provocación alguna es, simplemente, mentira.

Reconocer que existe una causa de este conflicto provocado por EEUU no implica justificar la desproporcionada, brutal e injustificable reacción rusa por la que han muerto 925 civiles, según datos provisionales de la ONU[2]. Son cuestiones que merecen juicios independientes, y así lo entiende el ecuánime presidente de Sudáfrica, que fue profesor invitado de Derecho en la Universidad de Stanford[3] y se postula como posible mediador: “El análisis de las causas de este conflicto, compartido por prestigiosos expertos en relaciones internacionales y muchos políticos, indica que esta guerra podía haberse evitado si la OTAN hubiera hecho caso a las advertencias de algunos de sus propios dirigentes y funcionarios a lo largo de los años de que su expansión hacia el Este provocaría una mayor inestabilidad en la región. A pesar de que sea importante comprender las causas del conflicto, no podemos aprobar, sin embargo, el uso de la fuerza ni la violación de las leyes internacionales[4]”. Es difícil expresarlo mejor.

¿Es Putin el problema?

El objetivo central de la campaña de propaganda occidental ha sido la demonización personal de Putin como no se ha hecho con ninguno de los numerosos dictadores que pululan por nuestro planeta, incluyendo algunos amigos íntimos de EEUU. Este retrato lo pintaría hoy – no antes de febrero del 2022 – como un loco expansionista nostálgico del imperio soviético, expansionismo que muchos conocedores de la realidad rusa ponen en duda. El Director del Intelligence Project de la Harvard Kennedy School Paul Kolbe, con una trayectoria de 25 años en la CIA, aclaraba en 2019 que Putin “no está tratando de reconstruir la Unión Soviética, pero quiere tener vecinos sólidos, quiere que se acepte que Rusia tenga esferas de influencia y quiere poder asegurarse que las amenazas no se acerquen a su frontera[5]”.

Me parece importante recalcar que el resto del mundo observa con creciente resentimiento que un país como EEUU, que mantiene 750 bases militares en 80 países diferentes sin importarle si son democráticos o no[6], acuse de expansionismo a otro. Este doble rasero que defiende abiertamente EEUU (“las reglas son para vosotros, no para mí”) fue irónicamente criticado por Putin en un artículo firmado por él mismo en 2013. En aquellos tiempos Putin aún podía escribir (y publicar en el New York Times) que su relación con Obama estaba marcada “por una creciente confianza”. El artículo, destinado a despertar la simpatía del mundo no occidental, decía así: “Es extremadamente peligroso animar a la gente a considerarse excepcional, sea cual sea la motivación. Hay países grandes y pequeños, ricos y pobres, los que tienen una larga tradición democrática y los que todavía están buscando su camino hacia la democracia. Todos somos diferentes, pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales[7]”. Si Putin es un expansionista, ¿dónde está la evidencia histórica de que lo es tras 22 años en el poder? Y ¿por qué no se le acusó de ello antes? La explicación más probable es que el relato que quiere explicar la invasión de Ucrania como una repentina fiebre imperialista de un individuo enloquecido se ha construido a posteriori para disimular que el principal responsable de esta crisis “es Occidente, y en particular Norteamérica[8]”, según John Mearsheimer, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chicago, en un artículo publicado en The Economist.

No cabe ninguna duda que un yonqui del poder autoritario como Putin tiene todos los rasgos de la patología del poder, pero ¿es Ucrania una obsesión personal? No lo parece, pues la pertenencia de Ucrania a la OTAN es considerada por Rusia – y no sólo por Putin – una “amenaza existencial”. William Burns, actual Director de la CIA y ex embajador de EEUU en Rusia, dejó claro en sus memorias (publicadas en 2019) que “la entrada de Ucrania en la OTAN es la más roja de las líneas rojas para la élite rusa y no sólo para Putin”, añadiendo:  “En más de dos años y medio de conversaciones con personajes clave de Rusia, desde los más cavernícolas del Kremlin hasta los liberales más críticos con Putin, aún no me he encontrado con nadie que no vea la entrada de Ucrania en la OTAN como una desafío directo a los intereses de Rusia[9]”. En la misma línea, la experta Alexandra Vacroux afirmaba en un encuentro celebrado en Harvard en 2019 que “es un error pensar que Putin es el problema[10]”.

Propaganda

La propagada bélica de ambos bandos hace siempre difícil hacerse una idea de la marcha de cualquier conflicto y exige un constante ejercicio de escepticismo independientemente de la simpatía que genere uno de los contendientes. En el caso de Ucrania, y sin observadores independientes sobre el terreno, vivimos un sorprendente oscurecimiento informativo, pues el contendiente ruso permanece hermético (salvo por sus gélidos partes de guerra, censurados por Occidente) y el ucraniano está inmerso en una campaña de propaganda tan estridente que desgraciadamente ha perdido toda credibilidad, aunque sea la única fuente de “información” de los medios occidentales (que dan por bueno, sin verificarlo, todo lo que les cuentan). En palabras de un exasesor militar del Secretario de Defensa de EEUU, “la mayor parte de la información que sale de Ucrania se desacredita como mentira en 24/48 horas[11]”.

El mismo valor propagandístico tiene la canonización del presidente ucraniano por parte de la prensa occidental como “héroe” a ojos de una ignorante opinión pública. Esta caracterización causa perplejidad a cualquiera que conozca un poco la realidad de Ucrania. ¿Debemos olvidar que es uno de los países más corruptos del mundo[12] y que ya en 2019 el 12% de su población (más que Venezuela) había tenido que emigrar?[13] ¿Debemos olvidar que uno de sus oligarcas, acusado de alzamiento de bienes, fue valedor de Zelensky[14] y que en mayo del 2021 éste mandó arrestar al líder de la oposición parlamentaria democrática prorrusa y cerró de manera totalitaria todos sus medios de comunicación[15] con el visto bueno de los americanos? Naturalmente, el líder de la oposición prorrusa es tan títere de los rusos como Zelensky lo es de los norteamericanos, pero el golpe de mano de Zelensky/EEUU fue otra provocación directa a Rusia. Y para más inri, hace sólo dos días Zelensky ordenó la suspensión de actividades de once partidos de la oposición[16]. ¿Cómo encajan estos datos con la imagen de un paladín de la libertad de un Estado libre y democrático?

¿Qué quiere Rusia?

Aparentemente, Rusia invadió Ucrania con un objetivo militar, un objetivo territorial, un objetivo “policial” y un objetivo político. El objetivo militar era destruir la capacidad militar del ejército ucraniano, y eso lo ha logrado en pocos días. Así, goza de una casi absoluta superioridad aérea, como demuestran las estériles peticiones ucranianas de que se cree un espacio de exclusión aérea, y de una abrumadora superioridad terrestre. La ventaja inicial rusa, no obstante, se ha visto temporalmente frenada por la inesperada llegada masiva de eficaces armas ofensivas provistas por la OTAN, que han levantado la moral ucraniana: misiles tierra-aire Starstreak y Stinger, capaces de derribar aviones de combate a baja altitud, misiles anticarro NLAW y Javelin, ligeros, rápidos, operados por una o dos personas y capaces de neutralizar un carro de combate a 4 km de distancia, drones de combate turcos TB2 armados con misiles MAM, cuya eficacia quedó probada en el reciente conflicto entre Armenia y Azerbayán, y drones merodeadores kamikaze tipo Harpy isrealíes o Switchblade americanos, baratos y eficientes. Los drones son vulnerables a los avanzados sistemas rusos de guerra electrónica como el Pole-21 o las unidades móviles Krasukha, pero los misiles pueden alargar el conflicto, que es lo que pretende EEUU.

El objetivo territorial de la invasión rusa parece consistir en asegurar la independencia de la rusófila región de Donbass en Ucrania oriental y la consolidación de Crimea como parte de Rusia. De ahí la importancia de Mariupol, castigada ciudad portuaria del mar de Azov. El siguiente mapa, que habrán visto en muchos medios, resulta muy elocuente (fuente: El País):

Las posiciones rusas, en rojo, apenas han variado en semanas e indican que en la inmensa mayoría del territorio de Ucrania no hay ni un solo soldado ruso (ni lo habrá). Los medios occidentales lo atribuyen a la resistencia ucraniana dando por sentado que el objetivo ruso es la completa ocupación del país. Más allá de que anexionarse Ucrania implicaría precisamente lo que Rusia quiere evitar, esto es, tener más frontera en común con la OTAN y no un estado medianero neutral, esta teoría presenta flancos débiles.

Con 150.000 hombres el objetivo ruso difícilmente puede ser la ocupación de un país del tamaño y población de Ucrania. Para que se hagan una idea, en la Segunda Guerra Mundial la Alemania nazi reunió 1,5 millones de soldados para tomar la mitad de Polonia, y en la primera Guerra del Golfo EEUU y sus aliados reunieron cerca de 900.000 hombres para entrar en Iraq. Así, el contingente ruso estaba diseñado para destruir la capacidad de combate y, sobre todo, la voluntad de combatir del bando ucraniano y la consecución de sus otros objetivos, incluyendo objetivos territoriales limitados al Este y Sur del país donde la población simpatiza más con Rusia. Nótese que en una encuesta del 2015 sólo el 20% de los ciudadanos de Odesa apoyaba entrar en la OTAN[17]. El cerco de Kiev, en el norte, no parece tener como objetivo, por ahora, la toma de la ciudad, sino apretar la tenaza para forzar la negociación. Toda guerra es, ante todo, una confrontación de voluntades, pero este conflicto en particular no es tanto un enfrentamiento militar (perdido de antemano por Ucrania) cuanto una prueba de resistencia en la que cada bando quiere que el contrario llegue lo más debilitado posible a la inexorable negociación.

Por otro lado, parece evidente que Rusia no contaba con el apoyo europeo, que ha dado alas a Zelensky para posponer lo inevitable (aun a costa de su propia población). Rusia ha perdido la iniciativa que buscaba una rápida capitulación ucraniana, lo que no obsta para que el ejército ucraniano esté derrotado y no haya guerrilla posible en un país sin selvas ni montañas, salvo que ocupe las ciudades utilizando de facto a su población civil como escudo humano.

¿Desnazificar Ucrania?

El objetivo “policial” de la invasión consiste en la eliminación de elementos ucranianos que los rusos tildan de neonazis. De hecho, la justificación más extravagante esgrimida por Putin para invadir Ucrania – siendo Zelensky de origen judío – ha sido buscar su “desnazificación”. Esta terminología tiene un claro valor propagandístico de cara a la opinión pública rusa, pues recuerda a la Gran Guerra Patriótica (la II Guerra Mundial) cuya victoria se conmemora en Rusia como Fiesta Nacional. Sin embargo, tiene un fondo verosímil, aunque obsoleto.

Un artículo de Foreign Policy del 2014 reconocía “la incómoda verdad” de que “una parte importante del gobierno de Kiev y de los manifestantes que lo llevaron al poder son, en realidad, fascistas[18]”. Recuerden que éste fue el gobierno resultante del golpe de Estado del 2014, apoyado por EEUU, que derrocó a un presidente democráticamente elegido. Foreign Policy menciona al partido Svoboda, fundado como Partido Social-Nacional de Ucrania (“un nombre deliberadamente evocador del Partido Nacionalsocialista” o nazi), que impuso el ucraniano como única lengua de la Administración “marginalizando instantáneamente al tercio de la población de Ucrania (y el 60% de la de Crimea) que habla ruso”. Según Foreign Policy, uno de sus parlamentarios habría fundado el Centro de Investigación Política Joseph Goebbels y tildado el Holocausto de “período brillante” de la Historia[19]. La creación de milicias armadas “neonazis” (como el Batallón Azov, cuyo cuartel general es precisamente Mariupol) también ha causado preocupación en los últimos años[20] e incluso hoy en día[21]. Aunque este “neonazismo” sea hoy políticamente residual en Ucrania, quizá explique la tibia y prudente posición de Israel en este conflicto, más allá de que su verdadera preocupación sea el nuevo acuerdo nuclear con Irán (donde Rusia tiene un papel que jugar).

Finalmente, el objetivo político de la violenta invasión rusa es asegurarse definitivamente una Ucrania neutral no perteneciente a la OTAN, petición “sumamente razonable” (en palabras de un exembajador de EEUU en la URSS[22]) cuya aceptación, de haber obrado EEUU de buena fe, habría evitado el que probablemente haya sido el conflicto más evitable de la historia.

Frente a esta invasión, EEUU ha impuesto una serie de sanciones económicas sin precedentes. ¿Quiénes serán los grandes perdedores de estas sanciones, los norteamericanos o los europeos? Seguro que conocen la respuesta, que analizaremos en el siguiente artículo.

[1] Ukraine : sous-estime-t-on la puissance de l’armée russe à cause de la guerre de l’information ? (lefigaro.fr)
[2]UN human rights office reports 925 civilian deaths in Ukraine – JURIST – News
[3] President Cyril Ramaphosa: Profile (dpme.gov.za)
[4] Cyril Ramaphosa responds to Russia-Ukraine war questions in Parliament – YouTube
[5] Analysts discuss the 20-year rule of Vladimir Putin – Harvard Gazette
[6] 750 Bases in 80 Countries Is Too Many for Any Nation: Time for the US to Bring Its Troops Home | Cato Institute
[7] Opinion | What Putin Has to Say to Americans About Syria – The New York Times (nytimes.com)
[8] John Mearsheimer on why the West is principally responsible for the Ukrainian crisis | The Economist
[9] The Back Channel, by William J. Burns, Random House 2020
[10] Íbid.
[11] Macgregor: Zelensky Is No Hero, He’s A Puppet That Is Putting His Own Population At Unnecessary Risk | Video | RealClearPolitics
[12] Ukraine – Transparency.org
[13] wmr_2020.pdf (iom.int)
[14] Ukraine Corruption Concerns Stall IMF Bailout – WSJ
[15] Inside the Power Struggle Breaking up Russia and Ukraine | Time
[16] Zelensky suspends 11 Ukrainian political parties with Russian ties | The Times of Israel
[17] Why is Ukraine the West’s Fault? Featuring John Mearsheimer – YouTube
[18] Yes, There Are Bad Guys in the Ukrainian Government – Foreign Policy
[19] Ibid
[20] Commentary: Ukraine’s neo-Nazi problem | Reuters
[21] Allan Ripp: Ukraine has a Nazi problem, but Vladimir Putin’s ‘denazification’ claim for war is a lie. (nbcnews.com)
[22] I was there: NATO and the origins of the Ukraine crisis – Responsible Statecraft


Apariencia y realidad en Ucrania (II)

 Buenos dias

Segunda entrega de este soberbio analisis de la crisis que la invasión de Ucrania por parte de Rusia esta ocasionando en Europa, que deja al descubierto lo alejada que esta la opinion publica occidental de lo que realmente sucede en Ucrania y sobre todo el porque.

Una vez más volvemos a espeluznarnos ante el horror de la guerra. Sin embargo, lo que nos muestran los medios no está pensado para enseñarnos qué ocurre, sino para provocarnos reacciones emocionales inmediatas, como la compasión, el miedo, la ira y el odio. Por tanto, si queremos entender la situación debemos utilizar la razón y hacer un esfuerzo para sustraernos de esta manipulación emocional.
 

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

8 de marzo de 2022

Una vez más volvemos a espeluznarnos ante el horror de la guerra. Sin embargo, lo que nos muestran los medios no está pensado para enseñarnos qué ocurre, sino para provocarnos reacciones emocionales inmediatas, como la compasión, el miedo, la ira y el odio. Por tanto, si queremos entender la situación debemos utilizar la razón y hacer un esfuerzo para sustraernos de esta manipulación emocional.

En la primera parte de este artículo trataba de analizar el drama ucraniano, de gravísimas y duraderas consecuencias, desde una perspectiva geoestratégica. A pesar de las apariencias, ésta no es una guerra entre Rusia y Ucrania, sino entre Rusia y EEUU y, en el orden global de las cosas, entre Oriente y Occidente. En esta segunda parte expondré las causas de un conflicto en el que hay más contendientes de lo que parece: unos son actores principales (Rusia y EEUU) y otros son actores secundarios o meras comparsas (UE y Ucrania).

Los actores principales

El primer actor principal es EEUU a través de la obediente OTAN, cuyos miembros siguen los dictados norteamericanos aunque perjudique sus intereses nacionales. Señalemos desde un principio que cuando hablamos de un país no nos referimos a su pueblo sino a su gobierno, que es muy diferente. Los intereses del pueblo norteamericano no tienen por qué coincidir con los intereses de un presidente impopular deseoso de crear una cortina de humo ni tampoco con los del complejo militar-industrial (más las agencias de inteligencia), de cuya amenaza creciente para la libertad nos previno el expresidente de los EEUU Eisenhower en su clarividente discurso de despedida [1]. Este Deep State tiene un conflicto de interés perverso, pues necesita de un gran enemigo para sobrevivir y no desea una Rusia fuerte aliada de Occidente. Quizá por ello Obama fue rápidamente boicoteado cuando intentó hacer incursiones militares conjuntas con Rusia en Siria y Trump fue linchado con un montaje probablemente delictivo[2] (el Russiagate).

El segundo actor principal es Rusia, el agresor. Decía el historiador griego Tucídides que hay que distinguir entre los pretextos de los conflictos y sus causas últimas. El pretexto esgrimido por Rusia para intervenir en Ucrania es el “genocidio” en la región rusófila de Ucrania oriental, una burda hipérbole de un conflicto en el que participa ella misma y que ha causado miles de muertos. Este detonante artificial ha sido el argumento para reconocer por la vía de hecho la independencia del Este de Ucrania y firmar un acuerdo de mutua protección con las dos nuevas “repúblicas” que diera una capa de barniz “legal” a su evidentemente ilegal intervención militar. Pero los objetivos reales de la intervención rusa son otros: asegurar que su estratégica base naval de Sebastopol en Crimea se mantenga en manos rusas y lograr que Ucrania se comprometa a su neutralidad renunciando a la OTAN. Algunos afirman que Rusia quiere anexionarse Ucrania. Sin embargo, ocupar Ucrania significaría precisamente lo que Rusia quiere evitar, esto es, tener más frontera en común con la OTAN y no un estado medianero neutral. Si el objetivo fuera la recuperación del Imperio, ¿por qué no empezar por Bielorrusia (Belarus), tan cercana culturalmente y gobernada por un régimen vasallo? Por último, los intereses del pueblo ruso no tienen por qué coincidir con el interés de Putin y su gobierno, que, como el de todos los yonquis del poder, es perpetuarse en el mismo.

Los actores secundarios

La UE es un actor secundario en el papel de perdedor. ¿Cuál era exactamente el conflicto entre Europa – Alemania o Francia- y Rusia? ¿Recuerdan la buena relación entre Merkel y Putin? Sin embargo, con su seguidismo e imprudencia, la UE ha sido arrastrada por EEUU a un conflicto con su principal proveedor energético abandonando la defensa de los intereses de sus propios ciudadanos. El giro radical de Alemania, pasando en 24h de la ecuanimidad a la beligerancia al vender a Ucrania precisamente las armas que más daño pueden hacer a Rusia como son los misiles tierra-aire Stinger (de infausto recuerdo para los rusos, pues modificaron el curso de la humillante guerra URSS-Afganistán) y misiles anticarro equivalentes a los Javelin norteamericanos, no sólo resulta extraño, sino que será estudiado en el futuro como un paradigma de conducta autolesiva equivalente al abandono de la energía nuclear. Quién sabe en qué manos acabarán esos misiles en un estado semi fallido como Ucrania, donde para algunas milicias quizá sean lo más parecido a un cheque al portador.

El segundo actor secundario es la propia Ucrania, el país agredido, hoy dirigido por un neófito sorprendido de que EEUU primero le animara a la pelea y más tarde le dejara colgado. Su decisión de armar a la población sin ofrecerles formación alguna equivale a mandarles a la muerte contra un ejército profesional y demuestra, en el mejor de los casos, escasa lucidez, y en el peor, estar decidido a sacrificarlos con tal de deteriorar la imagen rusa. Estos pobres ucranianos, ¿serán contados como bajas civiles o como combatientes armados? Y esas armas, ¿serán devueltas al terminar el conflicto? Dada su situación geopolítica, resulta tan evidente que el interés del pueblo ucraniano era la neutralidad y el mantenimiento de relaciones cordiales tanto con Rusia como con Occidente (como es el caso de Finlandia), que resulta inconcebible la insensatez de sus dirigentes. Una vez más, los intereses de gobernantes y gobernados no coinciden.

La OTAN alborota el avispero

Los antiguos decían que antes de juzgar una situación debe escucharse a las dos partes. Sin embargo, la Europa que tanto habla de libertad y tan poco la practica ha censurado a los medios rusos (no se sabe en virtud de qué potestad legal) imponiendo de facto un relato único que alimenta la actual persecución xenófoba de todo lo ruso. Dado que la censura es siempre un intento de ocultar la verdad, ¿qué se quiere ocultar?

Rusia viene afirmando que, tras la caída de la Unión Soviética, la OTAN le prometió de modo informal que no se expandiría hacia el Este. EEUU lo negaba, pero el periódico alemán Der Spiegel lo ha documentado hace poco de un modo que da la razón a los rusos[3]. Lo mismo defiende Jack Matlock, exembajador de EEUU en la URSS (1987-1991) y diplomático clave en las negociaciones que terminaron con la Guerra Fría. Hace pocas semanas confirmaba en un artículo que a Rusia le aseguraron “que la OTAN no se movería hacia el Este ni una pulgada[4]”. Sin embargo, en los siguientes años la OTAN se expandió hasta la misma frontera rusa con la incorporación de 14 nuevos estados miembros. George Kennan, el más respetado estratega norteamericano del s. XX y experto en Rusia, definió esta expansión de la OTAN como “el error más fatídico de la política exterior de EEUU desde el final de la Guerra Fría[5]”, y añadió: “No había ninguna razón para hacer esto. Nadie estaba amenazando a nadie[6]”. Desde entonces, Rusia ha manifestado su preocupación por sentirse “rodeada” por infraestructuras militares tan cerca de sus fronteras, pero ha sido permanentemente ignorada y la “paridad” que reclamaba (un reconocimiento mutuo de legítimas preocupaciones de seguridad) se ha encontrado con un muro de desprecio. En el siguiente mapa pueden ver la extensión de la OTAN hacia la frontera rusa desde la caída del Muro, esto es, justo cuando el riesgo de agresión rusa había desaparecido. Nótese que las últimas propuestas de incorporación han sido Ucrania y Georgia.

Según el conocido rusólogo norteamericano Stephen Cohen, “desde los 90, EEUU ha tratado a la Rusia postsoviética como una nación derrotada con inferiores derechos legítimos[7]”. El doble rasero era evidente: los americanos podían invocar razones de seguridad nacional para intervenir al otro lado del planeta pero los rusos no tenían derecho a hacerlo a un paso de sus fronteras. Además, desde la caída del Muro la OTAN ha abandonado su naturaleza disuasoria y defensiva (tan eficaz cuando jugó su extraordinario papel en la Guerra Fría) para convertirse en un ariete más de la política exterior de EEUU, participando de ofensivas militares sin aval de Naciones Unidas como cuando en 1999 bombardeó durante tres meses Serbia, aliada de Rusia. De hecho, ¿cuál es la razón de ser de la OTAN una vez caído el comunismo soviético? ¿Qué enemigo la amenaza? Y si la respuesta es Rusia, ¿entonces su supervivencia depende de que Rusia sea siempre el enemigo? En la Conferencia de Seguridad de Munich del 2007, Putin manifestó sin ambages su preocupación a los dirigentes del mundo occidental: “Debemos reflexionar seriamente sobre la arquitectura de la seguridad mundial y buscar un equilibrio razonable entre los intereses de todos[8]”. Sus palabras fueron ignoradas y un año más tarde, en su Cumbre de Bucarest, la OTAN volvió a alborotar el avispero acordando la futura incorporación de Georgia (situada entre Turquía y Rusia) y Ucrania[9], lo que propició pocos meses después la intervención de Rusia cuando una Georgia envalentonada atacó la provincia separatista de Osetia del Sur.

Las causas cercanas de la invasión

En 2014 el presidente ucraniano, democráticamente elegido en unas elecciones supervisadas por la OSCE,[10] decidió no firmar un acuerdo comercial con la UE cuya letra pequeña comprometía a adherirse a las políticas “militares y de seguridad” de la UE[11]. Lo hizo bajo presión de Rusia, cuya contraoferta incluía un amplio paquete de ayuda económica. De la noche a la mañana surgió la “Revolución del Maidan”, un golpe de Estado probablemente instigado y apoyado por EEUU, como reconoce hasta el Cato Institute[12]. El presidente ucraniano se vio obligado a huir del país y se convocaron nuevas elecciones, de las que salió un nuevo gobierno, cómo no, proamericano. Esto provocó la cronificación del conflicto civil en el Este de Ucrania y la incruenta anexión rusa de Crimea (sede de la base naval rusa de Sebastopol), lo que dio lugar a sanciones económicas occidentales que aún perduran a pesar de que, según el Prof. Mearsheimer, de la Universidad de Chicago y un referente mundial en Relaciones Internacionales, “fueron los EEUU los que provocaron esta crisis[13]”. No conviene olvidar que Crimea es rusófila, pues perteneció a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954, cuando el líder soviético Kruschev decidió traspasarla a Ucrania. Y recordemos que, a pesar de ser la nación más extensa del planeta, el único acceso de Rusia a mares cálidos – sus otros dos accesos al mar son un estrecho acceso al Báltico y otro al Mar del Japón y el de Ojotsk- es a través del Mar Negro hacia el Mediterráneo, y que Sebastopol es una importantísima base naval rusa desde hace 250 años, enclave que por su importancia estratégica ya fue objeto de una guerra a mediados del s. XIX (novelada, por cierto, por el gran Tosltói).

En 2019, el gobierno ucraniano (o sea, EEUU) dio un nuevo paso hacia la provocación cuando su Parlamento modificó la Constitución sin referéndum previo para incluir el objetivo de entrar en la OTAN.

A finales del 2021 la última propuesta de Rusia para evitar un enfrentamiento fracasó de modo previsible al no atenderse ninguna de sus “líneas rojas”; probablemente no fuera más que un trámite cuando ya tenía planeada la acción militar.

Para Ucrania, la probabilidad real de acceder a la UE (por su pobreza y corrupción) y a la OTAN (por sus problemas territoriales y porque exigiría la decisión unánime de sus miembros) parece ser baja. Por ello, algunos tildan de paranoico el miedo ruso a que una Ucrania envalentonada, rearmada y en la OTAN intente retomar Crimea (y Sebastopol) arriesgándose a un conflicto entre potencias nucleares. Otros tildan las razones rusas de mera coartada para alcanzar otros objetivos. Sin embargo, habría sido fácil aceptar una moratoria de una década en nuevas adhesiones a la OTAN para comprobar la buena fe rusa. No se hizo.

Finalmente, cabe preguntarse si la incorporación de una inestable Ucrania mejoraría o empeoraría la seguridad de los actuales miembros de la OTAN. ¿Aumentaría o disminuiría el riesgo de entrar en conflicto? ¿En qué mejora la incorporación de Ucrania la seguridad de España – país, por cierto, al que la OTAN no cubre la defensa de sus ciudades fronterizas de Ceuta y Melilla, precisamente donde está más expuesta a una agresión externa? Las relaciones internacionales nunca se basan en la amistad ni en la defensa de altos ideales, sino en un quid pro quo, esto es, en el interés recíproco, salvo, claro está, cuando la relación es de sumisión. Es evidente que éste es el caso de España respecto de Europa y de Europa respecto de EEUU.

Un conflicto perfectamente evitable

Cuando el rey de Asiria conquistó Israel, reprochó al pueblo judío haber confiado ilusamente en el apoyo de Egipto, “esa caña quebrada que penetra y traspasa la mano que se apoya en ella” (Is 36, 6). De igual modo, el gobierno ucraniano se ha apoyado en la caña quebrada que es EEUU cuando el interés evidente de su país era la neutralidad a cambio de garantías recíprocas de seguridad. Mientras, el triste y crepuscular papel de la UE como lacayo de EEUU queda resumido en una frase de la ex Subsecretaria de Estado norteamericana durante una conversación del 2014 con su embajador en Ucrania, seguramente grabada y filtrada por los servicios secretos rusos: “Que se joda la UE” (sic)[14]. Los americanos viven al otro lado del Atlántico y apenas tienen relaciones comerciales con Rusia, pero Europa se ha enfrentado a su vecino y principal proveedor energético (con quien no tenía disputas) para defender los intereses de EEUU, y lo ha hecho con un frívolo ardor guerrero contrario a los intereses de sus ciudadanos, que pagarán un alto precio. Más aún, al armar a Ucrania dándole esperanzas en un conflicto donde adolece de una clara inferioridad de medios, Europa no ha hecho otra cosa que alargar la agonía del pobre pueblo ucraniano, víctima inocente de las maquinaciones norteamericanas y de la brutalidad rusa, pues Putin ha cruzado el Rubicón y no puede dar marcha atrás y China no va a permitir que Occidente gane este pulso.

Las peticiones rusas en cuanto a la neutralidad de Ucrania eran, en palabras de un insigne exembajador de los EEUU en Rusia, “sumamente razonables”, y esta crisis ha sido, según él, “evitable, predecible e intencionadamente provocada[15]”. Sin duda. EEUU ha provocado a Rusia durante años para atraerla a lo que esperan sea una costosa guerra de desgaste y Putin ha mordido el anzuelo con sus inmisericordes mandíbulas de acero. Así, cualquier juicio sobre esta guerra deberá distinguir entre la incalificable provocación norteamericana, que buscaba este conflicto, y la desproporcionada y brutal reacción rusa.

“Si soplas sobre brasas, las enciendes, y si escupes sobre ellas, las apagas, y ambas cosas salen de tu boca” (Eclo 28, 12), escribió el sabio hace 2.200 años. ¿Tan difícil era?

Apariencia y realidad en Ucrania (I)

 Buenos dias

El empresario Rafael del Pino Calvo -Sotelo ha escrito una serie de analisis sobre la invasion de Ucrania por parte de Rusia que son imprescindibles para tener una vision clara y certera de lo que sucede en Europa , de porque sucede y de lo que va a dejar como secuelas en el  entontecido continente.

Les recomiendo vivamente su lectura

https://www.fpcs.es/apariencia-y-realidad-en-ucrania-i/


Los lectores adultos que buscan la verdad y piensan por sí mismos y que pertenecen, por tanto, a una especie en vía de extinción, comprenderán enseguida que guerras locales como la que lamentablemente está teniendo lugar en Ucrania responden generalmente a complejos intereses geoestratégicos que eluden explicaciones simplistas.
 

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

4 de marzo de 2022

Los lectores adultos que buscan la verdad y piensan por sí mismos y que pertenecen, por tanto, a una especie en vía de extinción, comprenderán enseguida que guerras locales como la que lamentablemente está teniendo lugar en Ucrania responden generalmente a complejos intereses geoestratégicos que eluden explicaciones simplistas. Asimismo, el establecimiento de categorías maniqueas (buenos contra malos) no suele responder a la verdad sino a la propaganda de uno u otro bando, más aún en países lejanos que pocos españoles sabrían señalar en un mapa hace un mes. ¿Se trata de un enfrentamiento entre autoritarismo y democracia y libertad –que desde luego no son sinónimos– o nos encontramos, una vez más, ante una pugna de intereses globales más o menos espurios? El escaso nivel de formación de nuestra clase periodística y su falta de apego a la verdad dificultan la obtención de información fiable para poder responder a esta pregunta.

La primera víctima de la guerra es la verdad, y el enfrentamiento indirecto entre Rusia y EEUU que ahora tiene lugar en Ucrania no es una excepción. En efecto, en todo conflicto bélico la propaganda es un arma poderosísima para lograr la victoria independientemente de la superioridad numérica, pues contribuye con factores esenciales, como son “la moral de victoria, la disciplina y el orden, el espíritu de lucha y la voluntad de vencer”, por utilizar el lenguaje de nuestras Reales Ordenanzas. Por ello siempre se debe prestar una “decidida y constante atención a la acción psicológica del enemigo”.

La propaganda bélica busca dos objetivos: despersonalizar y demonizar al adversario para que su destrucción sea considerada un bien moral (contrariamente a lo que dictaría la conciencia en circunstancias normales) y mantener siempre viva la esperanza en el triunfo final para sostener la moral alta, ocultando o minimizando las pérdidas propias y exagerando las victorias mientras se hace lo opuesto con las del enemigo (para desmoralizarlo).

Un ejemplo patente de propaganda es que en pocos días los medios han hecho pasar por bombardeos rusos imágenes de videojuegos y explosiones accidentales en China del 2015 y se han hecho eco, dándolo por bueno, de un extravagante diálogo por radio entre un supuesto navío ruso y un supuesto grupo de soldados ucranianos defensores de un islote que, negándose a la rendición, habrían sucumbido ante el bombardeo subsiguiente. El propio presidente ucraniano anunció que concedería una medalla a título póstumo a dichos “héroes”. Pero había un problema: era un bulo. Poco más tarde, tanto fuentes rusas[1] como ucranianas[2] confirmaron que los soldados no eran 13 sino 82, que se habían rendido, habían sido hecho prisioneros y serían devueltos a sus familias.

Contrariamente a lo que nos hacen creer, y sin perjuicio de la simpatía que evidentemente nos despierta el pueblo ucraniano y la natural compasión hacia quienes sufren cualquier conflicto bélico (decidido siempre por los yonquis del poder, sea en Ucrania o en Etiopía, Sudán o Yemen, es decir, no sólo donde los medios deciden poner el foco), una guerra en Ucrania debería sernos bastante ajena en todos los sentidos. Sin embargo, la unánime e incendiaria campaña de propaganda desatada por los medios, rayana en el odio xenofóbico y carente de datos o análisis desapasionados, ha provocado en la opinión pública una histeria ruso-fóbica que está yendo demasiado lejos. Tras dos años de covid pareciera que el signo de los tiempos es arrastrar del ronzal al hombre aborregado, carente de pensamiento crítico, para mantenerlo en estado permanente de neurosis. ¿Cómo sustraerse a estas reacciones emocionales en un conflicto sobre el que existe una ignorancia calamitosa? No olvidemos que España es un país de sangre caliente, proclive a sentimientos nobles y quijotescos, que admira las resistencias numantinas y defiende por defecto al débil frente al fuerte, al agredido frente al agresor. Asimismo, resulta fácil (aunque sea erróneo) identificar a la Rusia actual con la comunista Unión Soviética, cuyos tanques entraban tambour battant en Praga o Budapest para aplastar la libertad. Que el gobierno conservador húngaro -tan sañudamente denostado – tenga buenas relaciones con la actual Rusia es un indicio de que no estamos ante la misma realidad.

Intentaré arrojar un poco de luz sobre lo que está ocurriendo en Ucrania desde una perspectiva diferente, esto es, con visión geoestratégica, puesto que es fácil enredarse en los detalles y perder el contexto.

La causa remota del conflicto

La causa remota de este conflicto es la pugna por la hegemonía mundial que se libra entre la unipolaridad que quiere retener un Occidente en franca decadencia (en particular, EEUU y el mundo anglosajón) y la multipolaridad emergente que reclama Oriente, más adecuada a la realidad del s. XXI. Si Europa fue hegemónica en el s. XIX y EEUU lo fue en el s. XX, Oriente quiere ocupar su lugar en el s. XXI. En este sentido, resulta esclarecedor que en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU que intentó condenar la agresión rusa, además del obvio veto ruso, China e India – casi el 40% de la población del planeta – se abstuvieron. No debemos olvidar que Rusia no invadió Ucrania hasta la clausura de los JJOO de Pekín, lo que indiciaría un cierto entendimiento con China. En esa votación, por cierto, también se abstuvo Emiratos Árabes Unidos, pequeñísimo estado que dos meses antes había abandonado a EEUU por Francia en un suculento contrato de compra de 80 cazas[3], aparentemente por negarse a aceptar las “condiciones anexas” geoestratégicas exigidas por los norteamericanos[4]. Esta anécdota pone de manifiesto el declive de la hegemonía yanqui, especialmente después de la humillante retirada de Afganistán tras 20 costosos, destructivos y estériles años.

Los partidarios de la multipolaridad quieren modificar el statu quo de un mundo diseñado tras la Segunda Guerra Mundial por unos EEUU hegemónicos que entonces contaban con una vasta superioridad militar y económica: no sólo eran la única potencia nuclear, sino que contaban, por ejemplo, con 105 portaviones operativos para proyectar su fuerza en todo el mundo, 40 de los cuales eran grandes portaviones de ataque (hoy EEUU cuenta con 11 portaviones nucleares, diez de la clase Nimitz y uno de la nueva clase Gerald Ford). Por otro lado, si bien el PIB de los EEUU era el 40% del PIB mundial en 1960 hoy es sólo el 24%.

Asimismo, los partidarios de la multipolaridad contemplan con estupor y creciente resentimiento el doble rasero de Occidente. Por ejemplo, los mismos que hoy se rasgan las vestiduras por la invasión rusa en Ucrania (que según Naciones Unidas ha causado hasta ahora al menos 227 civiles muertos[5]) causaron cerca de 70.000 muertes civiles en Afganistán[6] y 200.000 en Irak[7]. ¿Acaso la vida humana tiene distinto valor en función del color de la piel, la religión o la nacionalidad? Fuentes ucranianas nos muestran una foto con escombros y un oportuno oso de peluche y, sin mayores verificaciones, se da por hecho que Rusia ha matado niños en un bombardeo, pero ¿dónde estaba la crítica de la prensa occidental cuando EEUU tuvo que reconocer haber matado con un misil a 7 niños y 3 civiles el último día de su retirada de Afganistán por confundir su coche con el de unos terroristas[8]? De igual forma, quienes critican con toda razón que la temporal invasión rusa rompe flagrantemente con la legalidad internacional han violado tantas veces esa misma legalidad en las últimas décadas que el argumento produce sonrojo a cualquiera que posea un mínimo de objetividad. Así, los rusos no olvidan el sistemático bombardeo en 1999 de su aliado Serbia por parte de la OTAN sin declaración de guerra ni mandato de Naciones Unidas. Cayeron misiles y bombas durante 78 días seguidos, destruyendo la infraestructura del país y causando 500 civiles muertos[9]. ¿Qué hizo la prensa occidental sino aplaudir?

Este doble rasero, considerado por Oriente como un ejercicio de hipocresía y cinismo, desacredita y socava la autoridad moral de Occidente. ¿Dónde quedan los valores de los que un día fuimos cuna y valladar? ¿Cómo criticar a regímenes autoritarios cuando con la epidemia hemos aplicado en Europa políticas autoritarias y en ocasiones ilegales que no se distinguen en nada de las de aquéllos? La política norteamericana defensora del “excepcionalismo”, base del doble rasero occidental, fue definida por las arrogantes palabras de la ex Secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright: “Si tenemos que usar la fuerza, es porque somos Estados Unidos: somos la nación indispensable, nos mantenemos orgullosos y vemos más allá que otros países[10]”. Así, lo más inquietante es que, al romper con impudor las reglas internacionales cuyo cumplimiento escrupuloso exige a los demás, Occidente, liderado por EEUU, está fomentando un mundo sin reglas para nadie, y por tanto mucho más inseguro, como estamos viendo.

Ucrania

A Ucrania no le han tocado buenas cartas. Emparedada entre Rusia y Europa (como Mongolia lo está entre Rusia y China), es un peón en manos de EEUU, de Rusia y de su propia y corrupta clase dirigente, cuyos intereses muchas veces divergen de los del pueblo ucraniano. Ucrania es un país pobre y corrupto: su PIB per cápita es inferior al de Botswana y Transparencia Internacional lo sitúa en el puesto 122 del mundo en su Corruption Index, cerca de México (España ocupa el puesto 34). Para que se hagan una idea, en 2021 el 23% de los ciudadanos tuvieron que pagar una “mordida” a funcionarios para acceder a servicios públicos[11]. La preocupación por la existencia de “deficiencias en el marco jurídico, corrupción generalizada y grandes partes de la economía dominadas por empresas estatales ineficientes o por oligarcas” (en palabras del propio Fondo Monetario Internacional) justifica las reticencias a su acceso a la UE y ha provocado que el FMI paralizara en el pasado el envío de ayudas financieras, entre otros motivos por las amistades peligrosas del actual presidente, como destacaba el Wall Street Journal[12] antes de que Zelensky fuera declarado santo subito por la prensa occidental. Ucrania tiene realidades difíciles de comprender para un europeo. Un ejemplo anecdótico son las peleas a puñetazos entre parlamentarios (en el propio Parlamento), que el Washington Post calificaba de “tradición” [13]. Otro ejemplo es el modo surrealista en que Zelensky accedió al poder. Actor protagonista de una serie cómica de enorme éxito en Ucrania, su personaje encarnaba a un profesor que era sorpresivamente elegido presidente del país para combatir la corrupción. Pues bien, Zelensky supo aprovechar su popularidad, creó un partido con el mismo nombre que la serie (“Servidor del Pueblo”) y consiguió en tres meses de campaña virtual arrasar en las elecciones. Los ucranianos votaron al actor creyendo que haría lo que hacía el personaje que encarnaba, más o menos como si el Servicio Secreto británico contratara como agente de campo a Roger Moore o a Daniel Craig (el actual 007) o como si la CIA contratara a Tom Cruise por Misión Imposible. En mi opinión, esto simboliza un país a la deriva y un pueblo desesperado por la corrupción imperante y deseoso de encontrar un mesías.

Pero ¿cómo hemos llegado a esta situación bélica? Cui prodest scelus, is fecit”, decía Séneca, esto es: “A quien un crimen aprovecha, ése lo cometió”. ¿Quién se beneficia de esta guerra? En la segunda parte de este artículo analizaremos quiénes son los contendientes, cómo se llegó a esta situación y qué salida puede tener. Como comprobarán, el escenario es mucho más complejo de lo que parece.