martes, 9 de febrero de 2021

Texto íntegro del discurso que Franco pronunció el día de la inauguración de la Abadía del Valle de los Caídos: "La anti-España no ha muerto"

Buenos dias

 En estos momentos en los que la desinformacion y la manipulacion historica esta llegando a las mayores cotas de vileza bueno es recordar, como hace el Diario de España

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 este emblematico discurso de Francisco Franco en la inauguracion de ese pilar del catolicismo y el patriotismo que se llama Valle de los Caidos

Españoles: 

CUANDO el acto tiene la fuerza y la emotividad de este momento, en que nuestras preces ascienden a los cielos impetrando la protección divina para nuestros caídos, las palabras resultan siempre pobres.

¿Cómo podría expresar la honda emoción que nos embarga ante la presencia de las madres y de las esposas de nuestros caídos representadas por esas mujeres ejemplares aquí presentes que, conscientes de lo que la patria les exigía, colgaron un día las medallas del cuello de sus deudos animándoles para la batalla?

¿Qué inspiración sería precisa para cantar la heroica gesta de nuestros caídos y reflejar el entusiasmo, segado tantas veces en flor, de los que con los primeros rayos del sol de la mañana caían con la sonrisa en los labios al asaltar las posiciones enemigas?, ¿o para encomiar la firme tenacidad de los defensores de los 1.000 pequeños alcázares en que se convirtieron en la nación las residencias de las pequeñas guarniciones o de las casas­cuartel de la Guardia Civil, defendidas hasta el límite de lo inverosímil contra fuerzas superiores y sin esperanzas de socorro?, ¿o para ensalzar el heroísmo y el entusiasmo derrochado en las constantes batallas libradas contra las brigadas internacionales hasta hacerlas morder el polvo de la derrota?, ¿o para enumerar el sacrificio y los heroísmos de los que en los 2.500 Km de frente mantuvieron la intangibilidad de nuestras líneas, o para narrar la tragedia, no menos meritoria, de los que sucumbieron a los rigores de los durísimos inviernos o se vieron mutilados al helarse sus extremidades bajo los hielos de Teruel o en las divisorias de las montañas?, ¿o para destacar la serenidad estoica de los mártires que frente al fatídico pelotón de ejecución morían confesando a Dios y elevándole sus preces, o para exaltar la conducta de tantos sacerdotes martirizados, que bendecían y perdonaban a sus verdugos como Cristo hizo en el Calvario?, ¿o para presentar las virtudes heroicas de tantísimas mujeres piadosas que, por sólo serlo, afrontaron las iras y la muerte de las turbas desenfrenadas, o para reflejar la zozobra de los perseguidos, arrancados del reposo de sus hogares en los amaneceres lívidos por cuadrillas de forajidos para ser fusilados, o para poder describir la epopeya sublime de aquella comunidad de frailes de San Juan de Dios que sobre una playa solitaria de nuestro Levante cayeron segados por las ametralladoras mientras que con cantos litúrgicos elevaban a Dios un grandioso hossanna...

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NUESTRA guerra no fue evidentemente una contienda civil más sino una Cruzada, como la calificó entonces nuestro Pontífice reinante. La gran epopeya de una nueva y para nosotros más transcendental independencia. Jamás se dieron en nuestra patria, en menos tiempo, más y mayores ejemplos de heroísmo y santidad. Sin una debilidad, sin una apostasía, sin un renunciamiento. Habría que descender a las persecuciones romanas contra los cristianos para encontrar algo parecido. En todo el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y de milagroso. ¿De qué otra manera podemos calificar la ayuda decisiva que en todas las vicisitudes recibimos de la protección divina? ¿Cómo explicar aquel primer legado providencial e inspirador que en los momentos más graves de nuestra guerra recibimos, cuando la inferioridad de nuestro armamento era patente y con el arrojo teníamos que sustituir los medios, y que nos llegó como llovido del cielo en un barco con 8.000 toneladas de armamento apresado, en la oscuridad de la noche, por nuestra marina de guerra a nuestros adversarios? 8.000 toneladas de material que comprendían varios miles de fusiles ametralladores, de morteros, de ametralladoras y cañones con sus dotaciones, y que constituían el más codiciado botín de guerra que podamos soñar y que desde entonces formó la base de nuestro armamento. En aquellos momentos representaba esto mucho más que una batalla ganada al restar al enemigo aquel potencial de guerra y venir a sumarse a nuestra fortaleza.

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Y no es una, sino varias veces las que al correr de nuestra campaña se repetían los hechos providenciales que nos favorecían. ¿Qué pensar de los desenlaces de las grandes batallas cuyas crisis victoriosas, sin que nadie se lo propusiese, se resolvieron siempre en los días de mayores solemnidades de nuestra Santa Iglesia? Sólo el simple enunciado de estos hechos justificaría esta obra levantada de este valle ubicado en el centro de nuestra patria, un templo al Señor que expresase nuestra gratitud y acogiese dignamente los restos de quienes nos legaron unos gestos de santidad y heroísmo. 

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Mucho fue lo que a España costó aquella gloriosa epopeya de nuestra liberación para que pueda ser olvidado, pero la lucha del bien con el mal no termina por grandes que sean sus victorias. Sería pueril creer que el diablo se somete, intentará nuevos conceptos y disfraces, ya que su espíritu seguirá maquinando, y tomará formas nuevas de acuerdo con los tiempos. La anti-España fue vencida y derrotada, pero no está muerta, periódicamente la vemos levantar 1a cabeza en el exterior y en su soberbia y ceguera pretende envenenar y avivar de nuevo la innata curiosidad y el afán de novedades de la juventud. Por ello es necesario cerrar el cuadro contra el desvío de los malos educadores de las nuevas generaciones. La principal virtud de nuestra Cruzada de liberación fue el habernos devuelto a nuestros héroes, que España se haya encontrado a sí misma, que nuestra generación ha sido capaz de emular lo que otras generaciones habían hecho. 

El genio español surge en mil manifestaciones: desde aquellas milicias en que cristalizó el entusiasmo de los primeros momentos y que fueron el primer núcleo de nuestras fuerzas de choque, a los alféreces provisionales que nuestra capacidad de improvisación creó para el encuadramiento de nuestras tropas, y que habrían de asombrar a todos por su espíritu y aptitud para el mando.

Así van surgiendo las legiones de héroes y la innumerable floración de mártires. No importaba dónde; si en la tierra, en el mar o en el aire. Si entre infantes o jinetes, falangistas, requetés o legionarios. Era el soldado español en todas sus versiones. Sus sangres se confundieron en la Cruzada heroica, en el común ideal de nuestro Movimiento. 

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Conforme los días iban pasando, el movimiento calaba en las entrañas de nuestra patria, toda la nación se hacía movimiento, no sólo marchaban con nuestras banderas victoriosas sino que nos salían al encuentro en las poblaciones que liberábamos. Nuestros himnos se musitaban en las cárceles, se extendían por los caminos, se susurraban en los hogares y salían al exterior como una expresión de cantos de esperanza al ser liberados. Nuestra victoria no fue una victoria parcial sino una victoria total y para todos. No se administró en favor de un grupo o de una clase sino de toda la nación. Una victoria de la unidad del pueblo español confirmada al correr de estos 20 años. Los bienes espirituales que sobre España se derramaron, la coincidencia de pensamiento y el ambiente que hace fructífero el trabajo, la plenitud de seguridad sin zozobras acaba con nuestra intranquilidad por el futuro. La firmeza y seguridad con que viene desarrollándose nuestro progreso económico y social, el afianzamiento de un clamor de entendimiento y unidad y los ingentes esfuerzos de engrandecimiento y transformación de la vida española han creado un estado de conciencia en toda la vida nacional, que ya no flote el viejo espíritu de victoria y dejemos a todos un afán común de participar en la gran tarea del resurgimiento y de transformación de nuestra patria.

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Con la victoria como sabéis, no acaba nuestra lucha. A las batallas de la guerra seguirán las no menos importantes de la paz, en las que desde el exterior se intenta la reversión de nuestra victoria y que dio lugar a que se exteriorizase la fortaleza de nuestro movimiento político, al unirnos como un solo nombre en defensa de nuestra razón y que cada uno desde el puesto que le correspondió en la vida había venido asistiendo con recia fidelidad. Hoy que hemos visto la suerte que corrieron en Europa tantas naciones, algunas católicas como nosotros, de nuestra misma civilización, y que contra su voluntad cayeron bajo la esclavitud comunista, podemos comprender mejor la transcendencia de nuestro movimiento político y el valor que tiene la permanencia de nuestros ideales y de nuestra paz interna. 

Un defecto de nuestro carácter es el de realizar grandes esfuerzos para dejarnos caer más tarde en la laxitud y en la confianza. En los tiempos que corremos no cabe el descanso, no es época en que se pueda descansar el espíritu después de la batalla. El enemigo no descansa y gasta sumas ingentes para lograr sus objetivos. Se hace necesaria la tensión de un movimiento político que, levantado sobre unos principios proclamados que no son comunes, mantenga el fuego sagrado de su defensa. Hoy sois vosotros nuestros combatientes, los que por haber llegado a la mitad de vuestra vida, cubrís puestos en las actividades más varias e importantes de la patria imprimiéndole una doble seguridad. Interesa que mantengáis con ejemplaridad y con recta intención la hermandad forjada en las filas de la Cruzada, que evitéis que el enemigo, siempre al acecho, pueda infiltrarse en vuestras filas, que inculquéis en vuestros hijos y proyectéis en las generaciones que os sucedan la razón permanente de nuestro Movimiento y habréis cumplido el mandato santo de nuestros muertos. No sacrificaron ellos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar. Nos exigen montar la guardia fiel a aquello por lo que murieron. Que mantengamos vivas, de generación en generación, las lecciones de la Historia para hacer fecunda la sangre que ellos generosamente derramaron y que, como decía José Antonio, fuese la suya la última sangre derramada en contiendas entre españoles. Arriba España.