Buenos días
Se está conmemorando por estas fechas la llamada transición
española y se está haciendo de nuevo inventando personajes y situaciones, como
se ha venido haciendo durante los últimos 40 años.
Ni Carrillo era un demócrata lleno de patriotismo que
aposto por el cambio político que se estaba haciendo desde el poder franquista,
ni los socialistas eran unos benefactores de la humanidad llenos de amor hacia su prójimo ni los políticos españoles
eran unos seres llenos de altruismo que pretendían llenar de orgullo, satisfacción
y bienestar al pueblo español.
En realidad todos fueron y se comportaron como unos
golfos, los franquistas y los antifranquistas, los primeros porque creyeron que
haciendo el cambio heredarían el poder y mangonearían el nuevo régimen y los
segundos porque a la fuerza ahorcan y se encontraron que no tenían fuerza para
hacer cumplir la ruptura que promovía la Platajunta, ese contubernio lleno de Monárquicos
juanistas, los únicos que había en 1975, rojos insumisos, jóvenes valores del rojerío
del interior, mas asnos y poco hechos que los del exilio y una banda de trepas
a la cabeza de los cuales estaban Suarez & Company.
Mientras estos timaban a los españoles el Rey utilizaba
el prestigio que Franco le había otorgado en su testamento para desmontar el único
poder que podía hacerle frente, el militar y que no movió un solo musculo para defender
los Principios del 18 de Julio agarrados al siempre socorrido interés de la
patria y la obediencia debida, obediencia que utilizaron cuatro mangantes
convertidos en generales para destrozar el Ejercito, esto es: Los generales Gutiérrez
Mellado, Saenz de Santamaría, Gabeiras, Diez Alegria y el aun no ascendido
Cassinello.
Aquellas lluvias han traido estos lodos y España está
desapareciendo entre estupidez, llantos por la leche derramada y mucha desvergüenza
intelectual, moral, ética y sobre todo política.
Y el primero que ha recibido una tanda de guantazos casi
físicos ha sido SM el Rey, impulsor de toda la farsa que ha venido en llamarse transición
y que ni siquiera ha sido invitado por su Hijo a los actos institucionales en
su conmemoración.
Todo un aviso a navegantes, del actual Rey que lo es por
la gracia de la Constitución.
Les dejo este magnífico artículo que espero que les
guste tanto como me ha gustado a mi
Saludos.
La farsa
04 Julio, 2017
Si hay pocas cosas en España que no
constituyan una farsa, desde luego la historia no es una de ellas.
Especialmente en lo que hace a los periodos más recientes, adulterados hasta el
abuso. Y la celebración del cuadragésimo aniversario de las elecciones de 1977
ha sido ocasión para su enésima mistificación
interpretativa.
La farsa data de antiguo, promovida por unas
instituciones interesadas en ignorar el azul mahón del camisero
tardofranquista, pecado original de la gesta heroica de la
transición. Una farsa que se soporta, año tras año, cada vez
peor.
Pero la farsa, claro, no sería tal sin el
ditirambo comunista -incesante martilleo de estos días- del Carrillo mártir
democrático. Un mártir que renunció a sus sueños –según quiere el
discurso oficial- sacrificados a la convivencia de los españoles; un Carrillo,
hombre cabal y sensato, júzguese como se quiera su pasado –inevitable pináculo
de la lisonja-.
La verdad es que Carrillo no quiso esa
transición, que aceptó a regañadientes porque no tenía otro remedio. La verdad
es que su proyecto era el de la huelga general a la muerte de Franco, pero
viendo que el horno no estaba para bollos -la masiva participación popular en
el referéndum de 1976- se la envainó; solo entonces se agostaron sus sueños
subversivos y solo entonces, implacablemente realista, se abrazó a la
rojigualda y al Borbón (hasta entonces “una marioneta incapaz de ninguna
dignidad”) al que había amenazado muy poco oblicuamente, vía Oriana Fallaci -¡a
finales de 1975!- con que “incluso le pueden matar”.
Porque la izquierda abominaba de la idea
misma de transición -su proyecto repugnaba el acuerdo que esta exigía-; la
transición estaba concebida “de la ley a la ley”, y el verdadero temor
izquierdista no era que el aparato franquista no la hiciese, sino justo lo
contrario: que la hiciese. Lo que les espantaba era que trajesen la democracia
los Suárez, Rosón y Martín Villa –y no digamos los Areilza o los Fraga-, y no
las masas populares con instintos revolucionarios que ellos aspiraban a
dirigir, masas existentes solo en imaginarios atiborrados de exilio.
Imposibilitada de protagonizarla, durante
décadas la izquierda reivindicó la transición como cosa propia, tratando de
capitalizarla; resaltando el carácter popular del proceso, los protagonistas
políticos se habrían limitado a ejecutar una serie de maniobras más o menos encaminadas
a dar satisfacción a las demandas populares. Esto, claro, encaja en el esquema
de todos los socialismos, pero lo hace mal con la realidad. Que es lo que pasa
cuando se ignora la interpretación de la historia como una lucha entre élites.
Se pongan como quieran, la transición fue por
obra y gracia de un monarca elegido por Franco, jurado ante Dios y las Cortes
de España para cumplir los Principios Fundamentales del Movimiento. Un monarca
que eligió sus presidentes y sus gobiernos, que cumplió los acuerdos
concertados con los inspiradores foráneos del proceso, y que ejecutó su misión
con una cierta pericia.
Después llegó la resignación de poder –“yo
creí que esto iba a ser como lo de Franco, pero conmigo”- que le condujo a su
papel de monarca constitucional; es el rey de la sala de juntas de
Guernica, soportando el chaparrón del eusko gudariak, de un dontancredismo que
la prensa quiso dignísimo pero que a mí siempre me pareció tirando a ovino,
como haciendo virtud de la necesidad.
Eran las vísperas del 23-F, alfombra
roja sobre la que el PSOE regresó al proscenio de la historia, y que
inauguró lo que -según feliz ocurrencia de Kiko Méndez-Monasterio- podríamos
llamar la era paquidérmica, la que se extiende entre dos elefantes, el blanco
del 23-F y el de Botswana, donde empieza y donde termina el juancarlismo. Pero
esa es ya otra historia.
En términos políticos, de la transición
apenas queda sino la farsa en que la han convertido los hijos de quienes la
hicieron –algo avergonzados, con probables motivos-, y los hijos de aquellos
que nunca quisieron que se hiciera –creídos en que un mañana que les pertenece
va a autorizar su reasignación histórica-.
En términos más populares, recordar la
transición será evocar las imágenes en tonos chillones de Francisco Umbral,
Miguel Bosé, Lalo Azcona y Mercedes Milá, cuando aún se decía “televisión en
color”; será evocar los pezones y culos de los setenta, la pipa de Balbín, el
“así gana el madrí” y las noches con García, el simpático e impostor “viejo
profesor”, los trovadores comunistas con los niños de intercambio en
Massachusetts, el cine de Garci, las noches de sábado con Bárbara Rey -las
nuestras en la pantalla, se entiende- los trajes de pana de Felipe, las aristas
afiladas del rostro abulense de Suárez y los tirantes patrioteros de
Fraga.
Muchos de los protagonistas han desaparecido
incluso físicamente, y desde hace un par de años no queda ningún diputado de
aquellas primeras cortes de 1977. Otros, aún alientan en las sombras, pero
apenas son ya algo más que su propia caricatura.
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