Buenos días
He encontrado un articulo en el Blog de los generales que, encabezado por Rafael Davila ayuda a que los profanos entiendan el espiritu que anima a un español para elegir la carrera mas sacrificada y al mismo tiempo mas gratificante que darse pueda, la de las armas.
La vocacion de servicio, el amor a la Patria que en todo español se presume pero que en un militar es exigencia necesaria explica los motivos por los que un ser humano normal se deja la vida , si es necesario, por amor a su patria y en defensa de sus conciudadanos .
Los principios que animan la voluntad de un español para sacrificarse en defensa de ciertos valores necesita ser revalorizados, tanto dentro del Ejercito como de toda la sociedad, ya que dichos valores deben ser aprovechados y vividos por el español como algo necesario que engrandece la vida en comun.
El general Adolfo Coloma ha escrito una entrada en dicho Blog
https://generaldavila.com/
que me parece digno de ser enmarcado, es sobrio y didáctico en grado sumo, espero que Vds lo lean, lo paladeen y por fin asuman
Saludos
En un interesante
artículo publicado en el N.º 922 (enero – Febrero 2018) de la Revista Ejército, el Tte. General de la Corte hace un
profundo análisis del “El valor”,
al que considera como «una cualidad dela persona o de un colectivo,
consecuencia de virtudes o valores adquiridos, que impulsa a obrar
racionalmente ante una situación de riesgo para enfrentarse a él contemple y
firmeza» y sentencia que no es el valor una virtud en si mismo, sino una
consecuencia de virtudes (se refiere a las virtudes humanas y profesionales),
para terminar considerando la escala de valores en nuestras fuerzas Armadas, que van desde el valor se le supone al heroico
y analiza la forma de reconocer y premiar tan necesario valor (valga la
redundancia) en nuestros ejércitos.
Estas interesantes reflexiones, que prácticamente hago mías, me llevan a
analizar la cuestión del valor desde otro ángulo: es valiente quien tiene
valor, pero ¿el valiente nace o se hace?
No dudo de que Vds. mayoritariamente optarán por la segunda propuesta. Yo
también. Pero esta misma certeza me lleva nuevamente a preguntarme. ¿Y cómo se
hace a uno valiente? ¿Cómo se entrena uno para ser valiente? Esta es la
pregunta que va a centrar mi reflexión y sobre la que intentaré aportar mi
personal punto de vista. Tiene mucho que ver con la formación en las academias
y centros de formación, con la práctica constante y con la selección.
A poco que eche uno la vista atrás advierte fácilmente los profundos
cambios que la historia ha introducido en la forma de concebir y de hacer la guerra. Desde los tiempos
remotos en los que las armas eran manejadas prácticamente a brazo y la lucha se
llevaba a cabo casi sin espacio físico entre los contendientes, pasando
por la invención de la pólvora cuyo
uso intensivo y extensivo trataba de doblegar al contrario sin necesidad de
llegar al contacto físico, pero manteniendo los conceptos de frente, flancos y
retaguardia; hasta la actualidad, en el que estos conceptos se difuminan al
máximo y en la que una radiación tal vez pueda ser letal. Pero, al mismo
tiempo, se observa que, en todo el espectro del conflicto, en cualquier época,
a los soldados se nos
exige esa presencia de animo que el
diccionario de la RAE define como “Cualidad del ánimo, que
mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros.”
¿Es el valor un atributo exclusivo
del soldado? Absolutamente no, y ejemplos hay a diario que lo ponen en
evidencia. Lo que nos diferencia a los militares es que el valor se nos
exige.Nos lo reconocerán y premiarán o no, pero a todos se nos supone y no
podemos renunciar a él. La falta
de valor supone cobardía, actitud tipificada y castigada en el Código Penal Militar (Ley
Orgánica 14/2015, de 14 de octubre), que la define como: “el temor al riesgo
personal que viole un deber castrense exigible a quien posea la condición
militar”.
Por tanto, si el valor se nos exige, como la resistencia a la fatiga, el amor a la responsabilidad o la
exactitud en el servicio, desde que uno sienta plaza ha de ser entrenado en
ello. El plan de formación militar ha de incluir una serie de principios, de
conocimientos, y finalmente de ejercicios que aseguren a los formadores que el
individuo en cuestión va superando los estándares previstos y al mismo tiempo,
que el sujeto vaya cogiendo la confianza en sí mismo, que le haga consciente de
esa superación. Hoy los planes de estudio y formación son muy amplios y variados,
desde los de oficiales hasta los de tropa. Me pregunto si tal formación,
específicamente orientada hacia ese objetivo, el valor, está hoy en día
reglada.
Un veterano y prestigioso oficial, en la cúspide de su carrera, me decía –“menos informática y más equitación”- A
primera vista tal invocación puede parecer trasnochada, por cuanto la
equitación, que ha sido durante siglos asignatura práctica necesaria en
cualquier ejercito y base de una de las genuinas formas de combatir, está ya
más que superada; mientras que los conocimientos informáticos son necesarios
desde los escalones más bajos. Pero algo de verdad subyace en la frase de
aquel veterano militar. La equitación ofrecía al cadete
la oportunidad de subirse al nobel bruto y con la técnica necesaria,
inteligencia y coraje, conducir al animal hacia el objetivo que se ha
propuesto, incluso por encima de la voluntad esquiva del animal, corriendo el
riesgo – riesgo calculado – de dar con sus huesos en el suelo. Este podría ser
un buen ejemplo de una enseñanza específicamente dirigida hacia el entrenamiento del valor.
Lo que trato
es de poner de manifiesto la importancia de la practica reglada de una
enseñanza orientada, mensurable y progresiva para asentar el valor. No tendría
necesariamente qué ser una asignatura específica, más bien – como se dice ahora
– una práctica transversal a todas ellas, pero con un denominador común: la
superación de un riesgo medido y controlado que obligue a la superación de los
temores propios y que induzca al autocontrol y al espíritu de equipo.
Y cuando hablo de valor y de riesgos, no me refiero exclusivamente a los
aspectos físicos. Como muy bien argumenta el General de la Corte, se trata de
un compendio de virtudes morales,
intelectuales y físicas, o lo que es lo mismo, la armonía entre el querer, el saber y el poder.
El querer que se manifiesta mediante la voluntad, el saber que se adquiere mediante
el conocimiento y la técnica y finalmente el poder, las destrezas y capacidades
físicas para llevar a cabo el fin propuesto a pesar de la voluntad del
contrario o de las condiciones adversas.
Tan necesario es el valor del ultimo de los soldados como el del mando a cualquier nivel. Su
naturaleza es la misma en uno y en otro, claro que sus componentes y
manifestaciones son diferentes. Priman los aspectos físicos en el soldado,
mientras que el componente moral tiene una especial dimensión en el jefe. Tanto
valor hace falta para firmar un plan de operaciones en el que uno es consciente
de los riesgos que asume tal plan, como para mantener cabalmente una decisión
durante la ejecución del mismo, cuando noticias adversas comienzan a llegar –
en esa “niebla de la guerra” de
la que hablaba Clausewitz -atormentando
la mente del comandante. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la defensa del Alcázar de Toledo, que
precisa poca explicación.
Por tanto, valor, audacia (no
la temeridad) y asunción de riesgos, han de estar igualmente
contemplados en los planes de capacitación de los oficiales en los empleos
superiores. El estudio del problema táctico (o el estratégico) no tiene por que
conducir, como sucede habitualmente, a la solución más evidente, la más
previsible por el adversario y por lo tanto la que tiene más probabilidades de
ser contrarrestada. La audacia, la
sorpresa, el desconcierto del enemigo han de jugar su papel y los
profesores, el propio sistema de enseñanza deben reconocerlo y promocionarlo.
Hablamos siempre dentro de la más pura racionalidad y con la vista en “el cumplimiento de la misión con el menor
número de bajas” que decía la doctrina de 1956. Es decir, con el menor
quebranto propio, pero asumiendo que lo habrá. En caso contrario, no se
trataría de esa “dialéctica de las
voluntades que emplea la fuerza para resolver el conflicto”.
Para terminar esta esta reflexión solo me queda volver al inicio, a la
selección de los militares.
Hasta hace no muchos años, posiblemente hasta la incorporación masiva de la
mujer a las FAS, en las pruebas de selección para el ingreso en la Academia General Militar, junto a los test
físicos y sicológicos y académicos del nivel del curso Universitario Selectivo de Ciencias, había una prueba muy
singular: el salto del caballo. Un interminable aparato gimnástico forrado de
un cuero cosido a base de tachuelas a un cuerpo de madera y sujetado por cuatro
leñosas extremidades que daban al conjunto un aspecto insuperable. Pues bien,
No dejaba de ser una prueba física más, pero con un matiz importante. Aquella
“bestia” había que dominarla a base de técnica, coordinación y condición
física, pero, sobre todo, con el convencimiento de que, al otro lado de aquel
particular equino, estaba el ingreso
en la academia. Hoy en día hay otras posibilidades otras técnicas, pero
sigue siendo imperativo poder discriminar, siquiera de una forma elemental,
quién es capaz de prepararse, dominarse, concentrarse y superar el obstáculo
del que tiene un miedo insuperable.
Pues estas reflexiones me sugieren el interesante artículo del TGEN de la
Corte en torno al valor. Como se dice en Operaciones Especiales (perdonen Vds. lo gráfico y expresivo
de la cita): “a capar se aprende
cortando güevos” a dominar al miedo, a ser valiente, también se aprende
practicando. La enseñanza militar ha de combinar de forma progresiva y
evaluable el riesgo medido con la voluntad de superarlo.
Ojala no hicieran falta soldados, de todas formas el valor se aprende pero no hace falta ser soldado para ello.
ResponderEliminarsaludos
El valor en un soldado se da por hecho
ResponderEliminarEn un civil no
esa es la diferencia
Por lo demás el Ejercito, simplemente existe porque el ser humano es como es y por un año de paz la humanidad ha tenido cinco de guerra.
Siempre decimos que las guerras son inhumanas, la estadística y la realidad dicen que son, desafortunadamente, de lo mas humanas